martes, 5 de julio de 2011

VIA VERDE DE LA JARA



 Hoy quería enseñaros unas fotos y hablaros de una excursión hecha recientemente y que se fraguó hará unos meses gracias a un gran amigo, tanto personal como del avispero, que vive en Cuenca, que es quien aparece en la mayoría de esas fotos y que a continuación os presentaré.
     Mi amigo Víctor es una de las personas que ha logrado que el Squash (si, ya sabeis, un frontón en miniatura con un cristal detrás) en Castilla-La Mancha sea un deporte reconocido y que cuando visitan Cuenca jugadores nacionales e internacionales para competir en alguno de los campeonatos que organiza (ayudado por unos cuantos amigos mas), se lleven un recuerdo imborrable de la ciudad y del buen rollo que consiguen crear, así que por regla general todo el que visita Cuenca en esas circunstancias repite en una u otra ocasión. Actualmente es el presidente del Club de Squash de Cuenca y ha logrado fundar (vuelvo a repetir que ayudado por mas amigos) la Federación de Squash de Castilla-La Mancha, estableciendo la sede en Cuenca y consiguiendo así hacerla, con mucha diferencia, la ciudad más peleona de la región en ese deporte y en proporción me atrevería a asegurar que del país. Os animo a preguntar esto último para que veáis hasta qué punto digo la verdad.
     Aparte del Squash, mi amigo ha practicado tantos deportes a lo largo de sus cincuenta y algún años, que creo que su memoria ya no le deja acordarse de todos. Quien lo conoció antes que yo me ha contado que era un atleta modelo y que pocos le hacían sombra jugando al baloncesto, (la sombra seguramente la hacía él gracias a su no poca envergadura), y que era temible rival para los equipos contrarios, porque a pesar de su tamaño se movía con agilidad y “savoir faire”, que dirían los franceses. Pero como no solo de pan vive el hombre, y esto si he tenido oportunidad de comprobarlo por mí mismo, también sabe vivir la vida fuera del ámbito deportivo, siendo difícil acostarlo una noche de las que se sale “a tomar algo”, aprovechando todos y cada uno de sus minutos libres durante el año para estar (o pensar en estar) en algún sitio con playa, montaña, selva, nieve o lo que quiera que haya y hacerlo realidad. Todo eso compaginándolo con su trabajo y su vida familiar. Como nunca me quiere contar como lo consigue, yo pienso que ha hecho algún pacto con el diablo o algo así.
     Hechas las presentaciones no os resultará extraño imaginaos la buena disposición por mi parte cuando personaje tan ilustre me propone recorrer en bici una vía verde que “está cerca de Talavera…”, según me dijo, no preguntando ningún otro dato por mi parte hasta el momento de tomar el primer café de la mañana en que salíamos hacia allá, seguro como estaba de dejar en buenas manos los aspectos organizativos del viaje.
     Las vías verdes son proyectos ferroviarios inacabados que se han reutilizado con fines turísticos y deportivos. La que recorrimos se llama “vía verde de la jara” por las vastas extensiones de jara que crece por las comarcas por donde pasa, lo que las hace parecer un paisaje nevado en primavera cuando la planta está en flor. Según pudimos informarnos, las obras del ferrocarril comenzaron en 1920, habiendo llegado a explanar y tunelar los 51 kms. de los que se compone, paralizándose las obras por la guerra, la postguerra y la despoblación de los pueblos que se intentaban comunicar. El resultado son 18 túneles, varios puentes elevados sobre el río y algunas estaciones fantasmas, ahora ruinosas y decrépitas. Nunca llegó a circular ningún tren.
    La experiencia de recorrer 50 kilómetros en llano, unas veces muchos metros sobre el agua y otras muchos metros bajo la piedra tiene lo suyo, observando como cambia el paisaje de la pizarra al granito y del cañizo al encinar, y soportando un calor que solamente daba tregua en las entrañas de la montaña, aprovechando el interior de los túneles para desmontar y beber agua y recorriendo las estaciones que hubiesen podido servir de destino a muchos viajeros de haber sido las cosas de otra manera.
     Sintiéndonos cruzar un desierto que no sabíamos que existía en Toledo llegamos, desviándonos un tanto de la ruta, a la aldea donde nos alojábamos (Sevilleja de la Jara), que solo tenía un bar en la plaza, dos cigüeñas en un campanario, y unas gentes cuya media de edad debía rondar los 75 años, pero que acogían al viajero con simpatía y hospitalidad, indicándonos  de  buen talante la dirección del hostal donde habíamos de descansar, que era el único en muchos kms. a la redonda, al lado de una gasolinera que viajando en coche no había que desaprovechar si no quería uno arriesgarse a pasar la noche en un páramo solitario esperando una grúa.
     Cuando entramos al restaurante del hostal a las 15:30 de un día de principios del mes de Julio y vimos las jarritas de medio litro que sacaba escarchadas de la nevera el chaval que servía tras la barra, no nos abrazamos mi colega y yo por el qué dirán, así que tras llenarlas convenientemente de líquido de oro un par de veces y disfrutar de una comida que no recuerdo haber probado  tan exquisita en otra ocasión a pesar de ser unos simples espaguetis, nos permitimos un par de horas de siesta en las que creo que superé la fase REM más profunda del sueño, porque durante ese tiempo me pareció estar de nuevo en el vientre de mi madre.
      La noche tampoco tuvo desperdicio, disfrutando de cena y copa en la pequeña terraza del hostal , donde reunidos a tomar café el secretario de no sé qué ayuntamiento, una pareja de guardias civiles que al parecer tenían asignados unos ocho pueblos para ellos solos, y el dueño del hostal contando anécdotas subrrealistas de quien paraba por la zona, convirtieron aquello en lo que podría haber sido una escena de la vieja película “Amanece que no es poco”.
     Al día siguiente, tocaron los mismos 51 kms. de vuelta, esta vez más relajados por ir mejor de hora y también por ganar un poco de velocidad gracias al pequeño desnivel de 300 metros de altura repartidos a lo largo de todo el kilometraje, que sin llegar a apreciarse como tal desnivel con el sentido de la vista, ayudaba en el regreso e hizo que pudiésemos llegar menos derrotados.
     En fin, “por no extenderme”, recomendaros totalmente la experiencia, y si alguno está interesado en una cosa parecida, invitaros a la siguiente, que creo que mi colega ya está maquinando alguna del estilo por los alrededores de Madrid.
     Johnny.









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